31/7/11

Invisible

Te miro a los ojos y me pierdo en ellos. 

Veo tu angustia. Mi angustia. Tu dolor. Mi dolor. Nuestra vida.

Apenas reconozco la imagen que veo reflejada, desfigurada por la curvatura de tu alma.

Me quisiste. Te quise. Nos quisimos.

Sin embargo nunca pude atravesar el cristal que nos separaba.

No recuerdo cuándo apareció. Sólo recuerdo el día que quise cogerte de la mano y no pude.

No podía, o quizá no quería verlo, pero ahí estaba entre nosotros; separando nuestros mundos.

Fué la despedida más triste de mi vida. Me sentí como Dante bajando a los infiernos por voluntad propia. En un laberinto sin minotauro que yo mismo había construído y que durante mucho tiempo se había encargado de mantenerme insensible a lo que en verdad estaba ocurriendo.

Nada podía prepararme para aquella experiencia. No había consuelo posible.

Mi mente entendía perfectamente la razón que me empujó a hacerlo. El cristal ya no era invisible, y hacía evidente lo que hasta este momento no había sido más que un leve susurro.

Mi corazón no comprendía nada. Lo cortó en dos la implacable precisión quirúrjica de mi mente, y de repente, ese otro corazón con el que tantas cosas había compartido ya no estaba.

Lo empujé lejos de mi vida.

Era la crónica de una muerte anunciada. Un triste soneto para una aventura con moraleja pero sin final feliz.

Ahora ya no hay cristal. No hay nada. Sólo quedamos mi mente, mi corazón y yo.

Sólo el profundo sentimiento y la convicción de haber hecho lo correcto, me sirven como apoyo. Y espero que como lección: una que espero no volver a repetir.

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