1/12/06

Paréntesis

El aula se encontraba medio vacía. Echó un vistazo a los alumnos presentes y no pudo más que sentir desilusión por el mediocre espectáculo que se dibujaba ante él.

Cerró los ojos e inspiró lentamente. Iba a proseguir con la explicación pero hizo un paréntesis.

Reálmente la culpa no era de los chicos. En una sociedad “civilizada y democrática”, los gobiernos y las empresas premian el borreguismo, el consumismo y la incapacidad. En apenas veinte años, la juventud del país había pasado de la implicación y el activismo al pasotismo y la indiferencia.

No conocía todas las respuestas, ni tampoco la mayoría de las preguntas. Sin embargo, sí podía analizar algunos hechos que le causaban preocupación.

El nivel de conocimientos de los alumnos descendía año tras año en todas las materias de forma alarmante. La cantidad de alumnos que finalizaban sus estudios universitarios cada vez era inferior, y éso era sólo el final de un camino que comenzaba con los niños que no terminaban ni la educación primaria.

El problema no sólo residía en los estudios. Muchos de los licenciados o ingenieros tenían que lidiar durante años con sueldos miserables, contratos basura y explotación laboral. Si a eso se le añade la dificultad para comprar una vivienda el panorama no podría ser más desalentador.

Además, y por si no fuera poco, de forma intencionada (o no) la mayoría de la sociedad era entretenida por una compleja telaraña de distracciones en forma de prensa rosa, deportes, nacionalismos y consumismo compulsivo. No absurdos, pero sí exagerados, de modo que los temas más importantes y vitales para la supervivencia eran relegados misteriosamente a un segundo plano.

La desolación inundó su rostro, y le inundó la desesperanza. Su semblante, siempre alegre, se tornó en una profunda tristeza. Los alumnos cruzaron miradas de incomprensión y un ambiente serio inundó el aula.

De repente una sucesión de imágenes surgieron de la nada. Recordó que hace años, cuando él era joven y parecía que no había esperanza, las acciones individuales de muchas personas pudieron cambiar el curso de la historia.

Aprendió con el paso del tiempo que la principal fuerza y debilidad del ser humano es la esperanza, y que ésta no debe perderse, porque aunque la oscuridad más siniestra cubra el mundo, siempre llegará el amanecer presagiando un nuevo día.

La sonrisa volvió a iluminar su rostro. Aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla, y él se propuso no olvidar todo aquello por lo que tanto había luchado. Desde su aula y ante sus alumnos, aportaría su granito de arena y trataría de transmitirles ése conocimiento.

Cerró su paréntesis y prosiguió la explicación con fuerza, ilusión, y la firme convicción que un grano de arena puede desequilibrar la balanza e inclinarla hacia uno u otro lado...