6/9/06

Juegos de manos

Creo recordar que era Febrero.

Un día turbio, un compás de horas descalzas que no cuadraban con ninguno de sus hermanas.

Y allí estaba yo, en aquella esquina de Madrid, haciéndome toda clase de preguntas. Las palabras chorreaban de forma incoherente de mi boca, sin ningún sentido, al menos para mi. Desgraciadamente no tenía ni una sola respuesta para todas aquellas palabras...

Mis ojos revoloteaban entre los coches y semáforos buscando algún tipo de señal, alguien conocido, un chispazo que me devolviera una pizca de la lucidez perdida.

Nada...

Jamás en mi vida había experimentado semejante sensación de vacío. Me sentía inútil, un mero espectador de mi vida reflejada en el escaparate de la tienda. La vida en una gran ciudad puede ser vacía, pero si había alguien en esa metrópolis realmente vacío, ése era yo.

¿Cómo iba yo a imaginar que algo tan inocente como el amor iba a arrebatarme el espíritu, dejándome como un saco de músculos manejados por estímulos nerviosos aleatorios?

La persona que me lo arrebató, empleó ingeniosos juegos de manos para distraer mi atención mientras lo hacía. Revisando cada una de sus actuaciones ahora la veo como una habilidosa prestidigitadora frente a un niño inocente y confiado.

Personálmente no la culpo, pues ella sólo hizo lo que mejor sabe hacer: magia. Yo por mi parte, me dejé llevar por un torbellino de sentimientos que nublaron mi razón y me encadenaron a una relación que cada día me hundía un poco más en el océano de la inconsciencia.

No seré la primera ni la última persona que sea arrastrada al fondo del mar. Supongo que la confianza está tan aferrada a la naturaleza humana como la desconfianza, y éstas siempre van de la mano. Es curioso observarnos como especie, ya que podemos ser treméndamente inocentes y frágiles, así como brutálmente crueles y despiadados.

Si quedaba algún rastro de humanidad en mi, no sé dónde está; me dijeron que tomó un barco rumbo a lo desconocido y que no sabe si va a volver. Tal vez será mejor así, de esta forma ya no tendré que preocuparme por ella.

Volviendo a la esquina, podría tratarse de cualquiera. Podría estar junto a tu oficina, bajo tu ventana, o al lado del café donde vas cada día a desayunar. ¿Qué importa? Me siento confuso, porque no sé lo que he estado haciendo todo este tiempo, ni tampoco sé dónde reencontrarme conmigo mismo.

Podría volver a casa...

Casa, curiosa palabra para designar un lugar conocido donde sentirse protegido. No veo por qué han de protegerme más cuatro paredes que una estación de autobús o la esquina en la que me encuentro.

Creo que me dejaré llevar por el viento, hacia donde sople. ¿Miedo? Tiene miedo el que tiene algo que perder, y yo sólo busco. Cualquier lugar es bueno para comenzar otra vez mi vida.

A partir de ahora desconfiaré de los juegos de manos. Quizás deberías hacer tú lo mismo...

No hay comentarios: