3/4/07

Mediterráneo (Joan Manuel Serrat)

Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa,
y escondido tras las cañas

duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya,

y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Yo,

que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos

de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.

A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...

Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...

¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?

Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea

te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea

que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.

Ay...

si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca

con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...

Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo...

2/4/07

Déjà Vu

Miguel encendió un cigarrillo mientras examinaba su alrededor en busca de un rostro conocido. Era un diciembre inusualmente frío, y de ello daban cuenta las pequeñas estalactitas de hielo que se formaban en los balcones como homenaje a la extraña naturaleza.

Almas grises paseaban de forma silenciosa a su lado, en una extraña procesión hacia algún lugar de la ciudad. Era un espectáculo grotesco; todas parecían marionetas manejadas por una mente perversa que cada fin de semana las conducía obedientes, a los mismos destinos.

Una mano se apoyó en su hombro de forma brusca, despertándolo de su letargo...

¿Qué pasa tío? Venga, vamos para allá que Juan, Luisa y los demás nos están esperando desde hace un buen rato.

Pedro era su mejor amigo. Un chico bien parecido, de facciones fuertes, una mirada expresiva y un cuerpo que lo convertía en objeto de especial atención por parte del público femenino. Aquello se veía descompensado sin embargo, con una timidez que le impedía relacionarse con la mayoría de la gente.

Comenzaron a caminar por la calle Fuencarral en silencio, mientras cientos de coches buscaban una meta muy difícil de lograr en fin de semana: una plaza de aparcamiento. Miguel se abrochó los últimos botones de la cazadora de cuero que le regaló su hermano hace dos años por su cumpleaños.

¡Mira, ahí está Luisa! Inquirió Pedro, devolviendo a un absorto Miguel de sus pensamientos al mundo real.

Si Pedro era su mejor amigo, Luisa era su mejor amiga. Una chica risueña, siempre feliz, inteligente y emprendedora. Eso hacía que algunas personas se sintieran intimidadas con su presencia, pero sabía compensarlo con su buen humor y su don de gentes.

Los tres se conocían desde hacía muchos años. Sus padres eran del mismo pueblo de León, y vinieron a Madrid hace muchos años en busca de la prosperidad y el bienestar que el campo no ofrecía a sus hijos. Aprendieron a caminar juntos, a hablar, fueron juntos al colegio, compartieron sus primeros amores y sus encuentros con la edad adulta. Era prácticamente imposible encontrar un recuerdo o momento importante en sus vidas sin que estuvieran los tres presentes.

Entraron en El Penta, un pub que resiste desde hace más de 30 años cuando nació como El Pentagrama en pleno barrio de Malasaña. Sin duda su momento más glorioso coincidió con la movida, cuando muchos músicos de los que se acercaban a tocar en El Sol, se tomaban unas copas en este local y en La Via. Hoy día, seguía al pie del cañón siendo un referente de la noche madrileña.

A éste local también venía su hermano hace 20 años. En aquella época la situación era muy diferente, pero hay cosas que nunca cambian, pensó cuando comenzó a flotar por el ambiente una canción de Nacha Pop. Trató de imaginárselo con la misma chaqueta de cuero, fumando y tomando cubatas en compañía de amigos, intelectuales, músicos y fauna de todo tipo que se daban cita en la selva de El Pentagrama.

Su hermano le había descrito mil y una aventuras vividas en aquel rincón de la capital; noches marcadas por el compás de las notas de grupos como Nacha Pop, Radio Futura, Elvis Costello o The Police. Conversaciones que giraban en torno a la mili obligatoria, al fin del franquismo, fanzines como El Víbora o la Luna de Madrid, o la emisora Onda Dos, abanderada de la nueva música que envolvía la vida de la juventud del momento.

Se dirigieron por inercia al lugar de costumbre, en la esquina junto a la barra. Allí se encontraron al resto del grupo rodeados de fotos antiguas y alusiones a un pasado, ni mejor ni peor, símplemente diferente que sin embargo, ya no volverá. Las carcajadas llenaron el local, y como antaño, las risas y el alcohol prometían amenizar una noche especial, de esas que luego formaban parte del álbum de fotografías del local.

Los primeros acordes del grupo en directo plasmaban de forma peculiar la esencia del lugar. Nunca el tiempo había pasado tan rápido y a la vez tan lento, de modo que uno podía sentirse de lleno en el alboroto de los 80. Las cervezas y los cubatas se consumían a un ritmo endiablado, y el olor a marihuana de dejaba encontrar, escurridizo, en algunas zonas del local.

De vez en cuando, alguno de los viejos conocidos de El Penta se dejaba caer por el lugar amenizando la velada. Joaquín era uno de la vieja guardia, un lobo solitario, un hombre de mil oficios, que sin embargo era bien conocido por varias generaciones de jóvenes. Como una sombra entre bastidores apareció a mi lado en la barra y se pidió un gintonic. Se giró sonriente cruzando su mirada con la mia mientras el camarero le preparaba la poción mágica que tantas noches le había acompañado.

¡Hombre Miguel! ¿Qué tal va todo? ¿Has terminado ya la ingeniería?. - Se ajustó las gafas mientras agarraba la copa.

¡Hola Joaquín! Todo bien, ya sólo me queda una y podrás llamarme ingeniero. Supongo que cuando termine iré un año a hacer un máster a Londres.

No esperaba menos de ti. Eres como tu hermano; con ésa chaqueta incluso podría pensar que estoy hablando con él. Los dos sois chicos listos. ¿Qué tal le va a tu hermano? Oí decir que lo han propuesto como miembro del consejo de administración de la empresa...

Me fijé en sus ojos; eran curiosos, muy expresivos, y reflejaban inténsamente el pesar y las fatigas del aventurero que ha experimentado multitud de aventuras a lo largo de los años. Contrastaban con su rostro firme, sereno, seguro de sí mismo y prácticamente inalterable con el paso del tiempo.

Iba a contestar su pregunta cuando alguien irrumpió en la conversación con grandes y sonoras carcajadas. Joaquín se encontraba en su ambiente, y la multitud alejó su atención sumergiéndolo en recuerdos y anéctodas de toda una vida nocturna.

Miguel apagó los restos de la colilla en el cenicero, y se volvió hacia sus compañeros. Luisa había desaparecido con el guitarrista del grupo. Él era un artista en decadencia, una frágil sombra del sueño que intentó alcanzar pero no pudo. Ella era una idealista, una bucólica de las letras que buscaba en él un atisbo de cordura para su breve soledad.

Pedro entablaba una animada conversación con un estudiante de ciencias políticas. Éste disertaba agitando los brazos de forma nerviosa mientras alternaba caladas de sus ducados con un trago de ron añejo. Pedro correspondía al mismo nivel que su interlocutor; desde luego, había bebido más de la cuenta y eso se notaba en su falta de timidez.

Los recuerdos comenzaron a diluirse en alcohol. Poco a poco la gente se iba del local y los incondicionales eran las únicas caras que podían verse adornando el lugar. La noche iba dando paso al día; en unas horas cada cual debería retomar su rutina diaria hasta que por fin regresara la hora de los noctámbulos, incorformistas, visionaros y aventureros, en busca de una nueva experiencia.

Miguel se abrazó a Pedro, y tambaleándose se sentaron en un portal a unos pocos metros. Encendieron unos cigarrillos mientras examinaban las nubes que cubrían el cielo de la capital con formas caprichosas. Las calles estaban ahora desiertas, dejando pasar el transcurrir de las horas y esperando ansiosas la llegada del amanecer para recuperar su actividad habitual.

- ¿Tú crees que dentro de unos años recordaremos todo esto y lo echaremos de menos? - Preguntó Miguel con nostalgia. Pedro esbozó una sonrisa mientras asentía ligéramente.

Hace unos 20 años, su hermano hizo la misma pregunta desde el mismo lugar.

Hay cosas que nunca cambian...