29/2/08

Murallas de cristal

Desde niño, perseguía cometas por los parques intentando alcanzar con ellas los pies de alguna estrella. Era príncipe de un inmenso reino; un vasto paraje salpicado de montañas, prados y bosques en el que habitaban ogros, caballeros, princesas y dragones que se escondían detrás de las puertas, temerosos de que sus padres pudieran verlos.

Adornó el lienzo de su vida con colores vivos y experiencias al compás de la música. Su escenario dibujaba un atardecer estival en una playa a orillas del Mediterráneo, mientras incontables trazos mostraban una vida repleta de cambios de alcoba y una maleta a cuestas.

Con el tiempo, se convirtió en una referencia para el resto de personas. En los momentos difíciles se perfilaba como un faro que iluminaba los oscuros recovecos de la vida, un alquimista capaz de transmutar el miedo en amor y un mago que encantaba a sus oyentes con la reconfortante melodía que acompañaba a sus palabras.

Tuvo que enfrentarse a los más fieros demonios, aquellos que moraban en su interior, y resultó victorioso. Navegó entre desiertos, caminó sobre océanos y buceó bajo huracanes, sorprendiendo a propios y extraños con la vida que eligió para sí mismo. Muchos lo tacharon de lunático, soñador e infantil, en un vano intento por hacerle olvidar su locura; no se equivocaban, pero él se mantuvo firme y seguro rumbo a donde quería llegar.

No eligió un camino fácil, pero las satisfacciones y los logros compensaban el esfuerzo. Los resultados le hicieron cada vez más fuerte y más confiado, pero con el transcurrir de los meses y los años comenzó a olvidar las cometas, los dragones y todo aquello que alguna vez fué parte de su inocencia.

Seguía siendo el mismo, pero la luz de sus ojos no brillaba del mismo modo... Su mirada se apagaba poco a poco como las últimas ascuas agonizantes de un fuego antaño orgulloso. La tristeza y la pena fueron sus compañeras de viaje, y nada de lo que hacía o decía parecía reconfortarle. Se sentía incompleto, notaba un vacío inexplicable en su interior que le consumía a marchas forzadas, empujándolo al borde de su abismo interior.

Durante largos días se sumió en la inquietud, y todo le cuestionaba dudas. La sombra se cernía sobre él, de modo que no sabía dónde estaba ni a dónde se dirigía. Se sentía perdido en medio de la nada, en una incesante batalla contra el resto del mundo que se asemejaba a una pelota chocando una y otra vez contra inmensas murallas de cristal. Pese a ello, no abandonó ni un sólo instante el propósito de reencontrarse consigo mismo y luchar por sus ideas.

Descubrió entonces que no había nada tan importante como escuchar la voz que llevaba dentro. Recordo aquel niño que perseguía cometas, corría entre dinosaurios y volaba hasta las estrellas, y como un fugaz amanecer, notó que el velo que se posaba sobre sus ojos se desvaneció por completo. Sintió que recuperaba las fuerzas, y la felicidad iluminó otra vez su rostro, volviendo a ser el alquimista y el mago que fué antaño.

Decidió seguir caminando, sonriendo, con las energías renovadas y el corazón alegre, convencido de que su objetivo estaba ahora más claro que nunca...

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