8/11/07

A la luz de una vela

El candil reflejaba ante mi rostro sombras caprichosas; era uno de esos días aciagos y perezosos, en los cuales no fuí capaz de escribir una miserable línea digna de ser mencionada.

Alternaba dulces sueños acompasados al latir de la llama con amargos recuerdos mecidos por el viento que azotaba el marco de las ventanas. Mi mente divagaba entre vanos intentos de coherencia y garabatos frustrados por la desolación. No podía haber elegido peor momento para deambular por los caminos turbios y melancólicos del amor.

Por fin me había llegado la oportunidad soñada de publicar el libro. Años de arduo trabajo, inclemencias económicas y padecimientos podían dar lugar al reconocimiento de proyectos, locuras y despropósitos. Sólo necesitaba encontrar un final para mi historia; unos breves minutos de inspiración hubieran bastado para culminar una vida dedicada a escribir, a lo único que parecía devolverme la cordura... pero no era ése, el día indicado para a tal desenlace.

Tuve que elegir entre la pasión y el amor, entre el deseo de mi mente y el deseo de mi corazón, entre mi vida o mi muerte... y elegí mi muerte.

Faltaban apenas unas horas para que la reunión más importante de mi vida tuviera lugar, y no tenía nada que presentar. Bueno sí, tenía un libro sin final, una frase sin punto, un antes sin después; y eso era como no tener nada. Nunca más se me volvería a presentar una ocasión semejante, y parecía dispuesto a dejarla pasar... por amor.

No podía dejar de pensar en ella. Cada minuto que transcurría se me antojaba eterno, y aunque mi razón me suplicaba que le dedicara apenas unos instantes de lucidez, los sentimientos obnubilaban el resto de mis sentidos. Me sentía preso dentro de mi propio cuerpo, y una agonía silencionsa fué abriéndose poco a poco en mi interior.

Todo transcurrió muy rápido. Fué como presenciar mi propia muerte, y toda mi vida pasó ante mis ojos; toda una vida persiguiendo un sueño que se esfumaba de un solo plumazo.

De repente estaba corriendo por la calle, rumbo a la estación de tren, exprimiendo todas mis fuerzas y exhalando mi último aliento para llegar antes de que fuera demasiado tarde.

Aquella tarde no acudió la policía forense, ni el juez, ni los medios de comunicación. Fué una muerte silenciosa, en blanco y negro, a la luz de una vela. Un retrato fiel de lo que había sido mi vida hasta aquel momento, un boceto inacabado de una ilusión.

Aquella tarde murió mi sueño, pero encontré la vida. Aprendí que es bonito perseguir los sueños, pero no hay que olvidarse de vivir...

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